Por Idangel Betancourt
El autor presentará su último libro en una entrevista pública, sobre su obra y el quehacer de la poesía, el viernes 2 de septiembre a las 19 horas, en la Biblioteca Provincial.
Con su último título, Sylveser nos advierte sin preámbulos del borde, no hay punto (ni siquiera suspensivos), no hay nada después de esa conjunción de “La palabra y”; exposición de un borde donde la única forma de sostenerse es asumir un estado permanente de escritura: es decir: un hombre pasando como trazo inconcluso por la vida. Ese paso es una cuestión poética. Ese paso es una cuestión casi humana, en tanto la palabra siga construyendo lo humano: “Por algo / es necesario que no se diga la última palabra, / que al fin no quede una lección sino / señales, tal vez / anuncio de otra cosa: hacer / visible el instante rodeado / de anécdotas.
Sin embargo, este podría ser un libro de libros, leerlo aislado es una fineza de gozo de poesía: pero leerlo como parte de la obra de Sylvester, como parte de una construcción regional de la poesía, es llegar a otro borde: y hay que decirlo sin rubor y ahora: “La palabra y” es un libro mayor: espíritu y materia, pero sobre todo, ojo visor de una región. El razonar poético de Sylvester construye lo que con términos modernos es la función más vieja de la poesía: el hipervínculo: la poesía, la buena (que quede claro): va de región en región: paisajes, percepciones de la distancia y el tiempo, certezas de las incertezas, páginas todas de Dios, que no terminan de cerrarse nunca, pero que a diferencia de la Web, no son virtuales, sino que suceden en cada decir de un hombre, hay algo que se puede palpar en ellas: Y es la palabra.
Ahora bien: “El norte no es nada que no sepamos”, estos atisbos de objetividad que asoma por todo el libro en contrapunto con la ironía, manifiestan la solvencia con que Sylvester el salteño, el nacido en la salteñidad, se pasea de un tema a otro, del “Cristo pisando uvas en la Iglesia de la Viña en Salta” al “ojo del pescado” en un horizonte marino que solo existe aquí por ausencia, que solo tiene él en su otra forma de ser salteño. Y dice sin complejo conocedor de ese son lezamiano: ser “un americano allí instalado con fruición y estilo normal de vida y muerte”.
Pues bien, “La palabra y” es un libro “con fruición y estilo normal de vida y muerte”. Y un libro del tiempo: sobre el tiempo: Y con los tiempos.
Es un libro en este sentido también biológico. Y puede leerse prácticamente como un (paréntesis) en la obra de Sylvester junto al título anterior, “El reloj biológico”. Hay varias cosas que unen estrechamente a estos dos libros: ambos condensan el proyecto de escritura de Sylvester. Los símbolos, el mundo al que nos asoma, la dialéctica dominante entre muerte y saber, es decir: las razones poéticas de este escritor alcanzan en estos libros su plenitud. Esto puede traducirse como la justa escritura para una poesía cuyo objeto es el conocimiento, tal vez de aquello que por evidente o por viejo estamos a punto de olvidar: lo humano.
Si bien en ellos nos habla de lo mismo (de qué otra cosa puede hablar un hombre), ya no lo hace, por ejemplo, como en “Calles” (2004): Y aquí estoy, / el inactual: [...] / una inestabilidad metódica que mira hacia adelante: hacia / dentro de diez años / para ver qué seré, cuál es la dirección para llegar allá.
Hay ahora un sosiego, una “fascinación de las cosas sin época”, un saber que el movimiento de las palabras nos lleva y nos trae de la muerte, todo se va escribiendo, “va viniendo” como le gusta decir a Sylvester, sobre esa música entre vida y muerte, entre patio afuera y patio adentro: por eso sustituye el diálogo socrático de Fedón: “por si acaso poesía/(música) era lo que muchas veces me ordenaban componer”.
Pero el aspecto más singular que produce esta condensación, tanto en el “Reloj biológico”, y sobre todo en “La palabra y”, es la escritura. Al igual que en los otros rasgos de su poesía, Sylvester capitaliza a nivel formal su experiencia escrituraria. Sin espacio para un análisis a fondo, mencionaré tres aspectos formales que me parecen fundacionales, al menos en la plenitud del tratamiento.
Primero, el equilibrio en un hilo muy fino entre verso y prosa. Sylvester ronda de este modo aquel deseo de Pessoa en su “Libro del desasosiego”, el de una prosa capaz de ser más poética que el verso. Segundo, los títulos entre paréntesis, conciencia de que todo texto es solo un paréntesis en un texto mayor (volvemos a la idea de hipervínculo). Tercero, la utilización abundante de los dos puntos y seguido: el poeta dice que es una forma de agilizar el texto o la lectura; pero también está relacionado necesariamente con los dos primeros aspectos; una dinámica de apertura, un sentido que se va abriendo hacia otro. Hay algo allí de la lógica deleuziana de que “el árbol verdea”, pero esta corre el riesgo de quebrarse cuando aparece la misma expresión que nos convoca: la palabra y.
Pobre de aquel crítico o reseñador que intente abarcar la obra de Sylvester. Pero como estamos en tiempo veloces mi recomendación a un lector es leerse “Café Bretaña”, “El reloj Biológico” y “La palabra y”. No me apena la injusticia de dejar afuera tantos libros, si consigo que un lector, un joven poeta de estos y otros pagos (asumo la provocación en contra de cierta forma de la poesía “actual”) se lea alguno de estos tres libros y.